
La casa de los Cristianos
La palabra casa ya denomina lo que significa. La casa es más que una sede, que un local. Implica algo más que un edificio en el que viven los músicos en fiestas, algo más que un sitio que albergar un museo, echar unas partidas o acudir a las asambleas.
La casa de los Cristianos es justamente eso, algo más que una sede. Es casi un hogar en Fiestas. Es la última parada antes de desfilar en La Entrada. Es el refugio de los arcabuceros después de una larga embajada. Es el armario y vestidor de los embajadores y su boato. Es el lugar donde comer tras una tórrida Ofrenda. Es donde bailar hasta desfallecer un día 9 por la mañana. Es donde reponer fuerzas una mañana del día 5, después de una noche intensa. Es donde se alargan los almuerzos dianeros. La casa de los Cristianos es.
La Casa de los Cristianos que pasó, en 1979, de manos de los descendientes de la familia de Ruperto Chapí a la de la comparsa está vinculada a la historia de nuestras filas a fuego. La casa de Chapi, ubicada en la Plaza Mayor, fue y es nuestra única sede permanente. Hasta su compra, los Cristianos eran nómadas.
Un millón de pesetas costó adquirirla. En la polémica asamblea del 27-4-1979 se aprobó su compra. En ella se acordó que cada socio asumiría 15.000 pesetas si la pagaba al contado y 19.000 pesetas, si se hacía en 5 años. Para avalar la compra del inmueble, algunos de los socios tuvieron que hacer frente a un préstamo bancario.
Desde ese momento comienza la historia de amor entre la casa y los Cristianos. Horas y horas de limpieza con su posterior cena. Noches de desescombrar, de poner suelo, de tirar paredes. La puesta a punto de la casa está cuajada de largas noches de trabajo y centenares de anécdotas, que relatan con pasión los más veteranos de la comparsa en almuerzos y comidas.
La casa de los Cristianos se ha hecho poco a poco. Después del empujón inicial para tener una sede digna, pocas son las directivas que no hayan movido un ladrillo de la casa. Adecentar la planta baja y alicatando sus paredes con un zócalo de azulejos; cambiar de lugar los aseos y modernizarlos; reformar y renovar la cocina; elevar el tejado para dar más amplitud a las habitaciones de los músicos; comprar el edificio anexo para ampliar en número de metros el inmueble son las tareas que han cambiado su fisonomía a lo largo del tiempo.
Siempre viva, siempre en continuo proceso de mejora, aunque algunos elementos permanecen. Allí quedan viendo el paso del tiempo, la chimenea que da calor en noches frías como las del Ecuador. Permanece el escudo que preside el pavimentado del suelo de juntas o la sempiterna barra, donde más de uno ha apoyado sus brazos cuando sus pies no le daban para más en los días de fiestas.
La casa de Chapi, la casa de los Cristianos. Una casa con historia.